22 Britannia Road by Amanda Hodgkinson

22 Britannia Road by Amanda Hodgkinson

autor:Amanda Hodgkinson [Hodgkinson, Amanda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Romántico, Bélico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-04-22T16:00:00+00:00


Polonia

Silvana

Se instaló un viento frío que azotaba los bosques y arrancaba las hojas de los árboles. Todo a su alrededor, el follaje se mecía, se retorcía y bailaba. Hacía más de un año que había salido de Varsovia. Hacía más de un año que no veía a Janusz. Oyó crujir unas ramas y se incorporó al ver aparecer a Gregor transportando un saco que dejó caer en medio del campamento.

Se puso a vaciarlo con grandes ademanes y fue repartiendo manzanas y pan negro a todo el mundo.

—Y también traigo… ¡sal! —exclamó—. Metió el dedo en un paquete de papel y se lo chupó. —Vamos a necesitarla para el invierno. Deberíamos formar una despensa, si podemos. Como a un kilómetro y medio de aquí hay un leñador que tiene una cabaña. Es amistoso, y está dispuesto a regalarnos comida. Yo curé a su esposa de unos dolores en el estómago; empleé chaga, un hongo que crece en los abedules. Me ha prometido que matará un par de gallinas para nosotros. Vamos a darnos un festín.

Así, en pequeñas cantidades, Gregor fue trayendo unas cuantas cosas más: un puchero de leche, más pan, algunas patatas. La primera persona en comer fue Elsa, que ya estaba muy avanzada en su preñez. No le faltaba mucho para dar a luz, era obvio. Gregor se sentó junto a ella hasta que quedó harta. Luego, Silvana acercó a Aurek.

—Después de ella, le toca a mi hijo. Es un niño, necesita alimentarse.

Lo sentó en sus rodillas y lo protegió mientras comía. Los demás hicieron comentarios, pero ella no los atendió; el niño tenía que comer.

Reorganizaron el campamento para el invierno, tejieron clemátides silvestres junto con corteza de abedul y fabricaron paneles que servirían de paredes para unas chozas. Ataron ramas para construir refugios, que Silvana acolchó con musgo y maleza seca. Gregor paseaba entre ellos corrigiendo errores y distribuyendo haces de cañas de sauce que había recolectado. Sin él, Silvana dudaba que hubiera sobrevivido algún miembro del grupo.

Una noche volvió a acercarse a ella. Le introdujo sus ásperas manos por debajo de la ropa, con lo cual le robó el escaso calor que tenía y le trajo una ráfaga de aire frío. Su aliento despedía un olor acre.

—¿Para quién te estás reservando? —le preguntó—. Tu marido ya no va a volver. Estará muerto en algún campo de batalla. Deja de hacerte la independiente, no merece la pena.

Aquellas palabras rompieron algo que había dentro de Silvana, porque ésta dejó escapar un sollozo, le abrió los brazos y apretó los labios de él contra los suyos.

Todo sucedió muy rápido. Gregor se puso encima y Silvana se retorció bajo sus dedos, y cuando él la penetró ella ya había terminado. Después permaneció tumbada en sus brazos, consciente de la presencia de Aurek, que dormía un sueño inquieto a su lado.

—Es mejor que te vayas —susurró.

—Me gustas, chica de los bosques —dijo Gregor.

—Por favor, vete. Me he equivocado, lo siento.

Luego lo oyó orinar contra un árbol. Gregor era un perro, un lobo rodeado de su manada.



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